El formato de la animación ha logrado ir situándose como un dispositivo válido para contar historias, no sólo dirigidos al público infantil. La ductilidad del formato permite explorar y dar a conocer imágenes que de otra forma hubiese sido imposible de mostrar. En esa línea, onírica, imaginativa, altamente expresiva, hemos podido acceder a obras de mucha calidad que provocan al espectador, independiente de su edad. Un buen ejemplo de ello es El niño y el mundo (2013), cinta brasileña que fue nominada al Oscar como mejor película animada en 2016.

El director Ale Abreu se vale de la historia de un niño y la búsqueda de su padre, para exponer dificultades y diferencias sociales, económicas y políticas en su Brasil natal, una realidad que se repite de manera dolorosa en países latinoamericanos. Frente a la pobreza creciente en la zona rural, el padre debe partir a la ciudad, dejando a su hijo y a la madre en el campo. El niño decide partir a buscar al padre, viaje a través del cual irá encontrando personajes que le permitirán conocer mejor el mundo donde vive, sin que esto cambie su mirada lúdica e inocente frente a la realidad.

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La iconografía que el director utiliza para dar a conocer los escenarios en donde los personajes se desenvuelven remiten a las ideas de cuento de hadas, e incluso, hay ciertos guiños a  El mago de Oz (1939), con ciudades que se alzan como la tierra prometida, islas autosuficientes que al igual que la cinta clásica, encierran una mentira, y no son todo lo que prometen. Abreu muestra además la dramática consecuencia de la automatización y la presión de la producción industrial, versus la artesanía y las formas originales de trabajo. La misma obra de Abreu tiene algo de esa dicotomía: su película exhibe líneas a simple vista sencillas, sin que eso la vuelva simple. Es como si el formato rindiera homenaje a esa manera de hacer las cosas, mucho más puras, pero a la vez mucho más realistas.

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Hay en El niño y el mundo una forma de exponer el gran tema del viaje del héroe que nos habla del viaje “de ida y de vuelta” de una manera certera, con mucha lucidez. Los retornos que enfrentamos nos convierten en personas distintas, pero en este caso, también nos remiten a quienes hemos conocido. Y de alguna manera, Abreu nos dice que dentro de nosotros mismos contenemos a quienes nos hemos encontrado en el camino y que, con el tiempo, nos vamos convirtiendo en quien nos influyó. El retorno del niño es a la vez el retorno de los adultos que conoció y viceversa.

El niño y el mundo es una obra íntima e introspectiva pero a la vez vibrante y llena de colorido. Un cuento que nos recuerda que el retorno puede estar dado por una melodía, por el sonido de la infancia, del hogar y de la historia. Es una oportunidad para conectar con nosotros mismos a través de ella y para conocer algo más de animación latinoamericana a la cual no siempre tenemos acceso.